miércoles, 17 de junio de 2009

Me muero de aburrimiento

La noche oscura era iluminada vagamente con el titilar de las farolas. La brisa apenas traía sonido alguno. El aleteo de un par de murciélagos desorientados. El motor de un coche traqueteando en la lejanía. Los televisores de las casas vecinas sonando. Y un leve murmullo, un murmullo extraño, proveniente del cementerio, a las afueras de la ciudad. 
El cementerio era un lugar oscuro, carente de vida, muerto... o eso pensaba la gente.
- Aún recuerdo aquel día que marcó mi vida...
- ¡Más bien tu muerte! - el resto de las "personas" rieron su absurda gracia.
Jhon, un antiguo general de guerra, se levantó de su tumba, sus huesos crujían con cada movimiento realizado. Se sentó al lado de uno de los nuevos, Alex. Este estaba tumbado mirando el cielo estrellado con añoranza en los ojos.
- ¡Eh, tú, novato! ¿Te apuntas a una partida? - le dijo Jhon mientras se incorporaba y se encaminaba cojeando, al parecer había perdido la tibia en una apuesta y ahora estaba desaparecida, a un viejo grupo de fantasmas del que salían numerosas carcajadas que surcaban la noche.
- No tengo ganas - susurró Alex. Él pensaba que la vida de un muerto sería más divertida que eso, pero no. Solo podía salir de su tumba cuando la oscuridad hacía tiempo que había caído y no podía cruzar las verjas del cementerio. Aquello era horrible.
- Ya te acostumbrarás a esto - le sonrió Alma.
Alex se incorporó sorprendido. Tragó saliva nervioso, ella le estaba hablando. Alma era lo único que merecía la pena de allí. Ella también había muerto hacía poco, pero lo sobrellevaba bien, muy bien para ser sinceros, hasta parecía gustarle la idea de estar muerta.
- Es imposible acostumbrarse a esto. Hasta me parece más aburrido que vivir, si no estuviera ya muerto me moriría de aburrimiento - aquellas palabras lograron sacarle a Alma una enorme sonrisa junto con un par de risas.
- La muerte es así de aburrida porque tú quieres - se sentó a su lado -. Yo aquí me lo paso genial. He encontrado mi lugar y siempre se puede hacer algo. Como por ejemplo jugar a las cartas con los fantasmas de la segunda guerra mundial, te sorprendería lo graciosos que son. O gastarles bromas a alguno de los más viejos, con los años se han vuelto más cascarrabias - rió con alegría.
La verdad es que aquello no sonaba tan mal, al menos de su boca. Pensándolo detenidamente tenía una eternidad para divertirse...

martes, 16 de junio de 2009

Por las calles de Egipto


Levanté la vista al horizonte y una sonrisa se dibujó en mi rostro. La imagen era hermosa, todo un espectáculo. Las pirámides con las que tanto tiempo había soñado por fin las tenía delante, en todo su esplendor. El sol caía lentamente, llevándose consigo esos últimos rayos tan preciados. Mi padre me dio un empujón para que me moviera. Casi caigo al suelo, pero Same me agarró y me sonrió. 
- A empezar a trabajar, niña - me gritó mi padre.
Le miré un momento, pero no dije nada. Cogí mis cosas y me acerqué a los turistas que había por allí. Sentía la mirada atenta de Same sobre mí, se preocupaba mucho por mí, era encantador. Una joven española se acercó a mí para comprarme algunas pulseras, mi primer cliente. Me dirigió una mirada de pena por aquella vida que me había tocado, aunque no habló. 
La noche empezaba a caer con rapidez, el aire cada vez era más frío. Ya apenas había nadie en las pirámides, muy pocas personas se habían quedado a ver el espectáculo de luces.
Suspiré con amargura. A mi padre no le gustaría aquello, apenas había conseguido cinco euros. Probablemente hoy me tocase dormir a la intemperie. Me abracé con fuerza y empecé a caminar por las sucias y ruidosas calles de mi ciudad, mis pasos me conducían hacia los barrios exteriores de El Cairo. Casi me atropellaron un par de coches, algo normal aquí. Para nosotros verde es ir normal, ámbar acelera y rojo aprieta el acelerador. Lo más sorprendente es que apenas hay atropellos, llevó viviendo aquí catorce años y aún no lo he entendido.
Empujé la verja del cementerio y me dirigí a uno de los pequeños mausoleos que había por allí. Varias personas alzaron la vista para verme pasar a su lado, algunos me saludaron otros básicamente me ignoraron. Al llegar a "casa" Saladino, mi hermano pequeño de tan solo tres años, me abrazó con fuerza. El resto de mis hermanos, éramos doce, estaban sentados en el suelo alrededor del dinero ganado hoy, contándolo. Me aproximé a ellos lentamente con la cara hacia abajo y deposité mis cinco euros junto con lo demás. Mi padre me miró con decepción.
- Cleo - me llamó mi hermano mayor, Amid - , ¿eso es todo lo que has traído?
Asentí vagamente con la cabeza.
- Te dije que no volvieras a esta casa si no tenías más dinero que la última vez - me dijo mi padre alzando la voz.
- Lo sé y lo siento, pero hoy no había mucha gente y además la competencia es dura... - mi voz se acabó transformando en su murmullo.
- ¡No hay excusas que valgan! - gritó Amid, cada vez se parecía más a padre.
Noté como su mano chocaba contra mi cara con fuerza, una lágrima corrió por mi mejilla a causa del dolor. Me llevé la mano a la cara, estaba ardiendo. Le miré con odio.
- ¡No vuelvas a esta casa! ¡Nunca! - sentenció mi padre.
Los ojos se me abrieron desmesuradamente. Abrí la boca un par de veces, pero las palabras no salían. Estaba aturdida y confusa. Siempre me habían dado unos días para conseguir más dinero, lo conseguía aunque me costase. Pero echarme de casa, no me lo podía creer.
- Ya le has oído - dijo otro de mis hermanos entregándome una bolsa con mis pocas cosas. La intenté coger al vuelo, mis brazos estaban rígidos y el saco cayó al suelo de arena. Me agaché llorando y me encaminé a la salida. Saladino se agarró a mi pierna, lo aparté con suavidad y besé sus lágrimas. Le quería, sabía que era la único que echaría de menos.
Caminaba por las oscuras y peligrosas calles de El Cairo sin rumbo fijo. Mi mete seguía allí, escuchando una y otra vez aquellas duras palabras. Unas manos me cogieron por los hombros, me dieron la vuelta y me abrazaron con fuerza. Supe quién era a pesar de la oscuridad. Same siempre había sabido cómo encontrarme. Me llevó a su casa al lado del Nilo y allí encontré un nuevo hogar... Un hogar entre sus brazos.

lunes, 15 de junio de 2009

¿Qué le escribirías a un periódico?

Si pudieses publicar algo en un periódico y que todo el mundo lo leyese ¿qué escribirías? Yo, por mi parte, he pensado en esa posibilidad. Probablemente escribiría una carta al director/a sobre algún asunto que me llamase la atención o algo por estilo. Para probar la experiencia he escrito esta pequeña carta:

Sr. Director/a:
El día 23 de abril se conmemora todos los años en Cataluña la festividad de San Jordi, que coincide con el Día del Libro. Allí tienen una costumbre muy bonita: las personas que se quieren se regalan una rosa y un libro. Aprovechando estas líneas en el periódico que usted dirige, animo al resto de los españoles a que sigan este ejemplo.
Muchas gracias
Marina

lunes, 8 de junio de 2009

Memorias de un corazón roto

La música está alta. Miro a mi alrededor, la gente se mueve al ritmo de una acelerada melodía. Doy un par de tragos a mi bebida, el alcohol me pica en la garganta, pero no me importa. He venido a divertirme, aunque solo he conseguido deprimirme. Veo parejas besándose en los rincones y miradas de emoción. 
Venir aquí ha sido un error. Tendría que haberme quedado en casa llorando, viendo una de esas películas tan tristes y comiendo helado de chocolate. Suspiro. Mis amigas me convencieron para ir a la apertura de esta discoteca, debo reconocer que es impresionante. Las luces son atrayentes y la música hace que quieras bailar, pero no estoy de humor. Me han roto el corazón y solo quiero descansar.
- Ven a bailar, Claire - me dice Rose, mi mejor amiga. La miro con mala cara y muevo la cabeza negativamente. Me da pena arruinarle la fiesta, pero solo deseo irme a casa.
Se me acerca y me abraza con dulzura. Distingo comprensión en sus ojos, es tan buena. Ella quiere que sea feliz y no le gusta verme así. Sonrío intentando decirle sin palabras que estoy mejor. Miento muy mal por lo que se ríe de mi con una sonora carcajada.
- Me voy a casa, Rose, lo siento.
- Te acompaño...
- Ni se te ocurra - a pesar de mi malestar le dirijo una mirada asesina - . Tú te quedas aquí y te lo vas a pasar genial. Aprovecha, Rose, tú que has aprobado todo, hasta Física.
Veo su intención de replicar, pero consigo escabullirme de entre la gente. Cuando ya estoy en la salida miro a mi alrededor y observo que aún está en el centro de la pista, mirándome con una mezcla de sorpresa y de rabia por haberla engañado de una forma tan tonta. Le dedico una mirada victoriosa mientras salgo por la puerta. El aire es frío y me abrazo para darme calor. El ambiente de dentro era mucho más caldeado y lo noto. Dando algún que otro tumbo me dirijo a casa, mi dulce hogar.
Ya estoy cerca, doblo la siguiente esquina y al fondo la veo, con ese aura protector de siempre. En mi rostro se dibuja una sonrisa, no lo soporto y echo a correr. El viento me azota la cara, pero no me importa. De entre los arbustos sale una figura que me agarra por las muñecas. Grito y me retuerzo asustada. Me arrastra hasta la farola más cercana, es el hermano de Rose.
- ¿Qué haces aquí, Fran? - le digo ya recuperado el aliento.
- Te estaba esperando, me he enterado de lo que te ha hecho Mike y quería saber cómo estabas - sus ojos me muestran su preocupación.
- Estoy bien - aparto la cara para que no pueda ver la tristeza y el dolor en mis ojos.
- Siempre has mentido tan mal - se burla de mí - . Espero que a él no le importe mucho lo que voy a hacer.
Me besa. Le respondo. Es dulce y apasionado a la vez. Tierno y salvaje. Frío y cálido. Se separa de mí y me envuelve en sus brazos. Me doy cuenta de una verdad aplastante, nunca quise a Mike, solo me he enamorado de una persona y es de él, de Fran.
Le beso, el primero de muchos.

jueves, 4 de junio de 2009

Nueva vida


Tosí. El humo de los coches entraba en mis pulmones y hacía que la garganta me escociera. Mis ojos lagrimeaban, había mucha contaminación en el ambiente. Empecé a caminar, alejándome de allí. Llegué a un precioso parque en mitad de la ciudad. Había oído hablar de él, pero nunca me imaginé que Central Park fuera tan impresionante. 
Tanto verde me trajo recuerdos de mi lejano hogar, los fríos bosques de Alemania eran un lugar ideal para esconderse de los humanos. No es agradable llevar siempre un hechizo de camuflaje, prefería ser como era, pero había momentos en los que era mejor pasar desapercibida. Debía cambiar mi aspecto pues con mis orejas picudas, mis ojos grandes, mis rasgos finos y una esbelta figura, era fácil reconocer qué era, era una ninfa normal y corriente.
Pero tuve que abandonar todo aquello que amaba, mi preciosa casa en el tronco de un árbol, mis queridos amigos, mi antigua vida, para intentar limpiar el planeta. Esa era nuestra misión. Intentar borrar todo el destrozo que provocaban los humanos en la naturaleza, eso sí, de una forma sutil y sin llamar la atención. Aunque algunos seres mágicos (somos una gran variedad: ninfas, elfos, duendes, hadas, trasgos...) obviaban la parte de la discreción. Greenpeace es un gran ejemplo.
El viento movió mi cabello rubio rosado, el cual no había cambiado con el hechizo, puede que no fuese un tono normal, pero por lo que sabía había gente que se ponía el pelo con los colores del arco iris, dudo que les llamase la atención mi pelo. La brisa me trajo el aroma de flores... y magia. Estaba cerca de encontrar el punto de reunión. Solo tenía que seguir mi instinto.
Mientras paseaba fingiendo ser una persona más, me di cuenta de que la gente me miraba demasiado. Me observé con disimulo. Llevaba el pelo suelto que caía en cascada por mi espalda, una fina camiseta de tirantes para sobrellevar mejor el asfixiante calor de Nueva York en verano, unos vaqueros que me llegaban por encima de la rodilla y una sandalias que se ataban a mi tobillo. No detecté nada raro, no entendía el porqué de su atención, quizá mi pelo, aunque lo dudaba,así que seguí mi camino.
Encontré un pequeño claro que tenía una barrera mágica que impedía entrar a seres no mágicos. La crucé, sin saber qué me iba a encontrar al otro lado. Tragué saliva. Esperaba que me diesen una zona cerca del parque.
Allí había de todo. Pequeñas hadas revoloteando y haciendo carreras en libélulas. Elfos jugando al ajedrez. Ninfas bailando con duendes. Incluso las ondinas sacaban sus cabezas de un pequeño lago que había, para contemplar su alrededor. Todo aquello me resultaba tan familiar.
Un joven duendecillo se acercó a mí, dándome la bienvenida con un trébol de cuatro hojas, esperaba que me diera suerte. Le seguí amablemente hasta el centro del claro donde estaban lo que parecían ser los jefes, eran en su mayoría elfos, pues eran la raza más sabia y más antigua. Me presenté ante ellos, aunque ya me conocían.
Por suerte, me asignaron una zona cerca de allí. Tendría que ayudar a uno de los suyos. Se llamaba Ian, un nombre bastante humano para un elfo. Parecía bastante serio, se tomaba su trabajo en serio, eso sin duda. Pero también me resultó atractivo, nunca me habían atraído los de su raza, él era diferente. Pensé que tendría que conocerle mejor, una nunca sabe lo que puede pasar...
Ian me enseñó la ciudad ese día, como si de un guía turístico se tratase. Se conocía muy bien Nueva York, supuse que era porque nació allí. También aprovechamos para hablar un poco de nuestra vida, de ahí saber el dato de su nacimiento. Nos llevaríamos bien, mi instinto no me fallaba. Le sonreí con calidez cuando me mostró mi nuevo hogar, no era ningún árbol ni ninguna cama hecha con hojas. Era un pequeña cabaña entre los árboles del parque. Aquel era el comienzo de mi nueva vida.

lunes, 1 de junio de 2009

La vida real


Una figura se recorta en la orilla al atardecer. Sus pasos sobre la arena mojada inundan mis oídos, creando una melodía con una armonía atrayente. Las olas rompen contra las rocas con fuerza, el mar está embravecido. Escalofríos recorren mi espalda sin razón aparente. No hay nadie en la playa, sus pasos se han dejado de oír. Miro a mi alrededor, ya ha oscurecido, las estrellas iluminan mi noche sin luna. Decido dar un breve paseo, deseo sentir las frías gotas de agua salada rozar mis desnudos tobillos, que el olor que trae el viento entre en mis pulmones y me llenen de recuerdos. Camino sin rumbo fijo, intentando sin éxito encontrar mi lugar en el mundo. 
Suspiro. 
La noche se cierne sobre mí rápidamente, el día se termina. Debo regresar con ellos, con mi familia. Desearía escapar y encontrar el lugar al que pertenezco, pero me quedo aquí por ellos. Les quiero, mi ausencia los destrozaría, lo sé. Cierro los ojos, el agua salpica mi rostro, despidiéndome como cada noche. Los vuelvo a abrir, de repente todo parece más claro, con algún sentido.
Sonrío. 
Como cada día, al final de este, todo se torna fácil, sin complicaciones. Aunque solo es una ilusión, mi mente siempre crea fantasías imposibles para hacerme sentir bien conmigo misma. Pero, a la mañana siguiente, todo vuelve a ser la cruda realidad. Me voy, dejando mis huellas en el camino.

jueves, 28 de mayo de 2009

El tiempo se acaba...


Otro grano caía en el reloj de arena.
El tiempo se le acababa. Tenía que tomar una decisión, apenas le quedaban un par de minutos. Miró meditabunda al océano. No se veía capaz de abandonar aún este mundo, le quedaban tantas cosas por vivir. Solo tenía trece años, quería disfrutar de la vida. Su momento no había llegado. La muerte se lo acababa de decir.
- Decídete, niña. El tiempo se agota - le dijo la muerte con voz inexpresiva. 
Faltaba menos de sesenta segundos, cuando cayese el último grano de arena, debía decir que decisión había tomado. Seguir viviendo a lo largo de los años, ser feliz tener una familia, hijos, tener una vida o... dar su vida a aquella persona a la que más quería, darle la oportunidad de vivir una vida, de vivir su vida. ¿Iba a darle lo más preciada que tenía a él, al chico que la ayudó cuando nadie lo hizo, al chico que la abrazaba todas las noches y le susurraba te quiero antes de dormir, al chico que amaba? No hizo falta que se hiciese esa pregunta. A ella no le tocaba morir, no aún. A él en cambio, le había llegado la hora, pero todo podía cambiar si ella quisiera. 
Cerró los ojos, vio su sonrisa, saboreó sus besos... Una vida sin él no valía la pena, ¿podría él vivir sin ella? Supo que lo superaría, que encontraría a alguien que le quisiese, era fuerte, lo conseguiría. Ella no había hecho nada para merecerle ni para seguir viva, él lo había dado todo. 
No era justo.
El último grano de arena cayó. La muerte giró el rostro oculto por la capucha negra, esperando una respuesta.
- Déjale vivir - dijo con lágrimas en los ojos - , toma mi vida y mi alma...
La muerte se acercó lentamente. Ella miró una última vez a su amor, se despidió en silencio, pidiéndole que la perdonase por aquello.
- Te quiero... - dijo antes de sentir como la guadaña atravesaba su cuerpo arrebatándole la vida con un sutil movimiento.
Su cuerpo desapareció como motas de polvo, fundiéndose con el mundo...